06/07/2020

Sociales

Historia de vida

Hacha y quebracho

Por: Eduardo Carrizo
"Mis padres no tenían educación formal, pero nos inculcaron grandes valores y los tomo como ejemplos” expresa con orgullo una de sus hijas".
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En esos paisajes de explotación y pobreza, sufrió limitaciones económicas, sociales y educativas por lo que no aprendió a leer ni a escribir.

Eva América nació el 2 de noviembre de 1935 en Frías, Santiago del Estero. Cuando tenía 2 años, su madre biológica la dio en adopción a la familia Avellaneda. Con sus padres adoptivos se mudó a “El Escondido”, una localidad ubicada en el límite entre Los Departamentos Río Hondo y Choya.

En este lugar, el matrimonio trabajaba en un obraje. En esos paisajes de explotación y pobreza, sufrió limitaciones económicas, sociales y educativas por lo que no aprendió a leer ni a escribir.

En su adolescencia, comenzó a ayudar cuidando cabras, chanchos y haciendo carbón en parva. Una vez al mes, los capataces de las estancias carneaban animales y hacían reuniones donde los compartían con los trabajadores. En una de esas ocasiones conoció a Ubaldo Ponce, un hachero que se convertiría en su esposo.

Ubaldo trabajaba la picada, un terreno de 10 metros de ancho por 500 de largo, donde derribaba árboles, que luego apilaba.

Cuando se terminaba el trabajo en los obrajes, América tejía canastos. Al terminarlos, montada en su caballo visitaba diferentes tiendas y viviendas. Ensillaba y los entregaba a cambio de mercadería: bolsas de azúcar, de yerba, barras de queso, jabón.

Cansada de la rudeza del campo, decide venir a Las Termas. Al principio, su esposo se resistía, pero pasó un camión y ella le pidió que la trajera. Tomó a sus hijos y su compañero la siguió.

En esta localidad, una vecina les prestó un terreno donde construiría su primera vivienda. Con el tiempo pudieron comprar uno propio y construir una casa en barrio Adela, precisamente en la avenida Buenos Aires donde vive en la actualidad.

Eva tuvo 8 hijos biológicos y uno de crianza; tiene nietos, bisnietos, tataranietos, y una generación más. “Mis padres no tenían educación formal, pero nos inculcaron grandes valores y los tomo como ejemplos” expresa con orgullo Roxana Ponce, una de sus hijas.

 En un rincón de esta vivienda todavía se conserva el hacha con la que trabajaba su esposo. En los rincones de su memoria, todavía conserva su historia, su fuerza, sus luchas, el paso del tiempo con sus veranos y con sus inviernos.


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